viernes, 30 de julio de 2010

La casa no es para cualquiera.

Si usted entra a mi casa, seguro se va a maravillar, primero, con los enormes ventanales que te llevan hasta el propio interior, hasta la ciudad que uno construye dentro de sí mismo. Pero no creo que deje pasar por alto los frasquitos que duermen en la repisa 8Seguro que pasará en puntitas de pie para no despertarlos). Y no es que sean egocéntricos, pero cada uno guarda un aroma diferente para que yo pueda ir a escucharlos cada vez que necesite recordar.
Está también la brisa, que le gusta jugar con las cortinas. A mi también me divierte, pero cuando se enfurece y hace volar los apeles del escritorio, yo voy corriendo a cerrar la ventana. Y no me da pena dejarla afuera porque allá también la pasa bien.
Todo eso en la sala, claro. Porque si usted pasa a la cocina verá que está custodiada por los azulejos que siempre están en fila, uso pegaditos a otros como un batallón. Y te da miedo, por supuesto. Pero no debería. Lo único que hacen es cuidar las cosas que están contra ellos. ¿Ve la agarradera que cuelga de allá? Si no fuera por los azulejos estaría en un cajón.
Como la pava que dejé en el fuego y que me llama cada vez que no soporta más. Es tan graciosa. Imita a los trenes cuando me pide que la saque del calor insoportable- Lo habrá sacado de la tele, porque por acá no hay ninguna estación cerca.-
Y usted que piensa que ese reloj colgado en el cuarto no funciona ¡se equivoca! Es que es muy perezoso y a veces no quiere correr. Y yo se lo permito ¿Qué le voy a hacer? Todos cometemos algún pecado capital. Como la tapicera que está allá. Presume sus plumas y su decoración. Es vanidosa, pero no me meto. Mientras funcione y el lapicero no se queje, es problema de ella.
Después están los libros, que me hablan todo el tiempo. Algunos dicen cosas emocionantes, otros me exponen a mi ignorancia (Y confieso que me lo han hecho notar en varias oportunidades, es que ellos son tan sabios)
¡Esperen! ¡No se vayan! Es verdad lo que les digo. Por eso no los invito a mi casa, no puedo. Las cosas no están acostumbradas a las visitas, no entra nadie que no conozca.
Sino las llaves se empiezan a golpear entre ellas, los pañuelos se anudan en el perchero, y el dentífrico intercambia envases con el shampoo (Y eso es espantoso para mis dientes porque se descascara como si tuvieran caspa, y mi odontólogo no sabe como extraer la raíz del pelo)

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