Ayer estuve pensando en vos. Aunque siempre lo haga, ayer volví a extrañarte. Fue más de un año sin tenerte y llegó el momento de decirte que todo está bien aunque a veces me agarren ataques de locura y diga lo contrario. Que tu amor no se fue sino que se transformó. Que ahora sé que se puede encontrar la pureza en los ojos de otros que no son los tuyos. Y sin embargo vas a seguir siendo único.
Quería que sepas que todavía sigo viendo a tu mamá y ella todavía sigue presentándome como su yerna. Y yo todavía sonrío. No me animo a contarle que en realidad te amaba como a un hermano, porque quizás son los amores más fieles. Sigue estando loca Ana, no te preocupes. De eso no voy a dejar curarla, me gusta esa alegría, el infantilismo. Me gusta que siga dando su amor incondicionalmente y a todo el mundo. Ella también te sigue recordando, pero no hablamos de vos. Viste que siempre fuimos lloronas. Y a veces no es el lugar apropiado para llorar a moco tendido. Lo bueno es que estás, y las dos lo sabemos.
Y en cuanto a mi (y esto te lo digo con la sonrisa más enorme y los ojos llenos de lágrimas) lo encontré Juan. Encontré a ese hombre que como vos, me cuido sin que me diera cuenta. Que me hace emocionarme siempre y sin motivos. O quizás si lo tenga, y es el motivo más inmenso y más hermoso que es amar. Y no sé qué o quien lo puso en mi camino, pero hay algo de tu amor en él. Ese amor sincero, que está fuera del mundo cotidiano. Ese amor que lo da todo sin palabras. Me volvió a enseñar lo que vos ya me habías enseñado.
Te podría contar millones de cosas de Fede, pero estoy segura que desde donde estas te llega toda la información. Y que podes sentir mi paz. Que ni siquiera él sabe lo que vos sabes. Que lo amo, que la sangre parece querer salir de mi cuerpo cuando está conmigo. Desde tu eternidad debes saber que desde que él está, lo único que quiero es pasar mi eternidad con él.
Y si de eternidades se trata, te diría que estoy en ella. Acá abajo ahora llueve. En mi también. Pero está todo bien. Todo pasa, bien vos lo sabes. Y hay que confiar, ya lo aprendí. Me lo enseñaste cuando te fuiste después de haberlo vivido todo y ya nadie creía. Me lo dijo fede y en él confío. Me lo transmitió mamá en cada historia.
Y también aprendí que la eternidad está en lo efímero. Eso que nos roba apenas dos minutos y dura para siempre. O que vive conmigo veintiún años y un día se hace eterno.
Papá me duele en el pecho justo ahora. Y está bien que cada día se vuelva un poco más viejo. ¿Te acordas como era? Así sigue siendo ahora. Quiere hacerse el fuerte, y no le salió nunca mentir. Y le duele todo, y a mi me duele más. Lo llenaría de luz si pudiera, le daría mis piernas para que camine. Le daría mi vida. Pero vos sabes que las vidas no se intercambian así de fácil y que al fin y al cabo tampoco tiene sentido. Mi vida vale más de este lado, tratando de dejar de llorar, compartiendo su dolor.
Y si algo aprendí de vos es que no podía cambiar la realidad por mucho que quisiera, porque al fin de cuentas fue esa realidad la que me hizo feliz. No podía negarme a todo lo que pudiera pasar.
Y ya no tengo ganas de nada desde que no estás, y no te estoy echando la culpa. Nunca lo haría. Hay algo en mi, no sé que es. Federico sospecha que es una tendencia autodestructiva. Y estoy de acuerdo. ¿Por qué me querría destruir? No ahora que tengo todo lo que una vez te pedí, que materializaste el amor. No ahora que sueño cosas que puedo lograr y dejé de soñar por ejercicio. No ahora que estoy acá donde ya nada me enlaza al pasado, que soy yo la que me quedo con lo que me quiero quedar.
Y te necesité mucho tiempo. Y un día por fin dejé de soñarte, y espero que te haya ayudado para vivir en tu mundo sin tener que volver cada rato a mi realidad.
Y eso quería contarte, que te quedes tranquilo que acá todo está bien. Y que seguís siendo uno de esos amores que no voy a olvidar.
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