Por aquellos tiempos, yo escribía en demasía.
Te contaba en palabras lo que pasaba en mi alma, y te abrí con las manos la
puerta a mi mundo.
Vale aclarar que por aquellos tiempos también
me equivoqué, y egoístamente pensé en presentarte mis historias de a una y sin
confusiones. Quizás así conocieras parte de mi historia. ¡Gran error! Debí
haberte contado NUESTRA historia, en lugar de ocupar el espacio con mi locura
literaria.
Acá va, el texto que siempre te debí. Y te lo
vengo a dar ahora, cuando ese río de amor que nos inundó pasó hace ya varios
meses, y yo me quede en la orilla, mirándolo correr sin saber donde se
encontraba su cause.
Hacía frío cuando te conocí. Es difícil
olvidar las temperaturas cuando cambian bruscamente, después de aquel día jamás
volví a sentirlo, tus ojos fijos en mis ojos vidriados y un abrazo, me
liberaron para siempre de todos los otoños- salvo de este que estoy viviendo
ahora-.
Yo temblaba, nunca supe bien si había sido la
fiebre, la llovizna o saber que en tu boca tan distante estaba el cielo que
había buscado por tanto tiempo. Y vos, que siempre me cuidaste, me diste tu
bufanda y tu corazón.
Y entonces llovió más fuerte. Si alguna vez se
te da por leer la obra de un gran autor como es Paulo Cohelo, vas a ver que el ve la lluvia como la
presencia de la virgen. La única mujer capaz de entender el amor que se siente
por un hombre.
Que se yo, en aquel tiempo yo te hubiese dicho
que el agua siempre venía a limpiar los dolores del pasado. Y no estuve tan
errada tampoco, porque el camino que recorrí estuvo lleno de placer. Me habías
alejado del sufrimiento para siempre.
No había punto de vista que no fuera favorable.
Científicamente el mundo, en su mayoría, está compuesto por agua. Nosotros
también. La lluvia no era más que una parte de nosotros dos.
Y esa noche discutimos sobre aquello, y
resultó que yo sí era un signo de agua. Me gustaría seguir creyendo que vos
también lo sos, aunque te hayas ido a volar por el aire al que perteneces.
Estaba amaneciendo cuando volví a casa, y
entonces lo supe. Y sonreí con el cuerpo dispuesto a entregarse a ese amor que
había nacido.
Casi nunca se sabe cuando empieza algo, es muy
difícil saber en que preciso instante empieza el amor. Pero yo lo supe. No me
preguntes porque, recién ahora entiendo eso que siempre repetiste “cuando están
los sentimientos implicados, no hay explicación”.
Sabía bien quien ibas a ser en mi vida, y te
deje entrar. No importaba que fuera a pasar, sabía que con vos nada iba a ser
malo- y no lo fue-.
Quiero decir que confié en vos, porque creí en
tu amor. Porque sentí tu amor.
No hacía falta razones. Particularmente a mi
no me hacían falta preceptos lógicos, suficiente ordenamiento del amor había
aprendido en las clases de Freud. No
quería entender el amor sencillamente como la investidura del objeto. Pero sí
quería investirte, chocarme con vos y entregarte todo lo que en mí había, para
que se mezclara con tu olor, con el lunar de tu dedo.
Después de no sé cuanto tiempo, (quizás un
siglo, quizás un día) me invitaste a salir, y acepté.
Vos, que ya habías leído varias de mis
historias, quisiste meterte en ella sin recordar bien el guion, pero inventaste
uno nuevo. Uno mejor.
Esa primera noche besaste cada parte de mi
cuerpo, y tu boca parecía disfrutar el sabor de mi amor brotándome en la piel.
Me llevaste a un mundo donde nunca había estado, y creí ser virgen de nuevo.
Jamás había experimentado tantas sensaciones, nadie me había llevado a donde
quería llegar.
Y estábamos a oscuras y en silencio. Mi alma
jamás había brillado tanto, la tuya tampoco.
Y construimos el guion que mejor nos salió,
porque fueron los ojos los que hablaron, fueron los corazones.
Quizás cuando uno empieza a callarse, los
corazones empiezan a hablar. Y supimos frenarlos antes que griten. No había que
abusar de la bondad que los caracterizaba.
-
Yo también- respondí en voz alta, y casi sin
darme cuenta.
Vos podrías
haber estado pensando esa noche que me amabas, que querías estar conmigo toda
tu vida. Podría haberte cruzado por la mente lo hermosa que era desnuda y
acostada a tu lado. O quizás que lindo
era esto de disfrutar algo que habíamos buscado sin haberlo encontrado nunca.
Te habrías acordado de aquel mensaje que decía que todo lo malo del mundo valía
la pena por un instante mágico como ese.
Y yo también. Yo también pensaba eso. Yo
también te amaba. Yo también.
-
De acá, del primer piso, hasta el cielo.-
dijiste con los ojos emocionados.
¿Qué podía
agregar? En esa frase había algo implícito. En esa habitación había algo
implícito, entre nosotros además.
Con el tiempo fuimos dejando que las cosas se
vuelvan más manifiestas. Quizás hoy ese haya sido nuestro gran error. Haber
dejado que este mundo tan real destruyera el país de sueños del que vivíamos.
Pero no nos dimos cuenta, seguimos soñando.
Hubo otra noche que me acariciaste mi vientre,
y también supe lo que estabas pensando. Y lloré. En ese espacio vacío fecundaba
una vida futura, un tiempo de amor eterno y de felicidad completa. Y estábamos
vivos, porque éramos nosotros, quienes iríamos a completar esa casa hueca. Y
era esa bendición la que nos iba a salvar del infierno.
Ya estaba definitivamente enamorada de vos,
pero aquella madrugada amé al hombre soñador. Al valiente hombre que tenía
convicciones y sueños, y me los mostraba sin vergüenzas y sin miedo. Me amé a mi misma, por ser la mujer que te
cumpliría cada sueño que tendrías.
Tenía el
don, y era yo quien te podía llevar de la mano a esos lugares siempre difíciles
de recorrer. Y también amé nuestros sueños, me enamoré de cada instante que construimos
en el aire.
Desee cada nombre, cada auto, cada escena
volviendo del supermercado. Comprendía que quería esa vida cotidiana e inmensa
que construíamos cada vez que nos dejábamos llevar por la ilusión.
Y éramos un hombre y una mujer. Y fuimos todo
lo que quisimos ser. Fuimos amigos, maestros, padres, amantes, compañeros.
Me enseñaste que más lindo que soñar, era
poner en práctica esos sueños. Que las cosas pasan y hay que dejarlas pasar.
Que cada semilla de hoy es la siembra de mañana.
Me mostraste que el placer extremo era
posible, que caminar agarrada de tu mano mundo era más valedero que el lugar en
el que estuviéramos.
Y así pasaron los milagros delante de mis
ojos. Cada rayo de sol levantándonos a la mañana, cada risa cómplice delante de
los amigos, las caricias con los ojos cerrados.
Siempre había otro límite, siempre había otro
más allá donde llegar. Y siempre llegábamos y queríamos más.
Y un día, a nuestro mundo, empezaron a abrirse
como ramas de un árbol mundos paralelos.
Paradójicamente fueron éstas, las que habiendo
nacido de él mataron el árbol.
Supe el día que nuestro amor se consolidó. No
tengo ni idea cuando las partes empezaron a funcionar de otro modo.
Quizás a uno siempre le resulté más fácil
descubrir lo bueno, y se niegue a ver lo malo.
Sin embargo, siempre me consideré una mujer
valiente y salí a buscar entre cada flor que me habías regalado, alguna que me
diera un indicio del día exacto en que la tiniebla no dejó que el sol nos
despertara esa mañana.
Y dejé que mis delirios se convirtieran en los
tuyos, y entonces cometí el peor de los pecados capitales, uno que no aparece
en ningún cielo: me alejé de la felicidad.
El dolor tenía que llenarme de nuevo, porque
también la alegría infinita era insoportable. Vos habrás dejado que eso suceda,
también.
Como las otras dos noches,- y como todos esos
meses- supe lo que pensabas. Ya no estaba ese amor en vos. Tenía que luchar por
devolvértelo, todo lo que siguió fue un intento fracasado de eso.
Ahora creo que siempre merecí ese amor eterno
que vos me dabas. Ahora sé que soy capaz de soportar tanta caridad, tanta
ilusión. Comprendo que toda mi vida estuve equivocada sobre mí, que tenía todo
el poder en mi alma para entregarme al mundo y recibir lo que quizás todos
merezcamos: amor, admiración, protección.
Pero lo entendí después que te fuiste.
Y para ese entonces, el dolor ya se había
abierto paso entre todos los pensamientos positivos.
No hay emoción que no haya experimentado, y de
golpe crecí. Fui mujer, fui una mujer que amaba a un hombre que había tenido y
había perdido.
Fui una mujer que creía en el amor.
Después del dolor me esperaron tus buenos
momentos, tu sonrisa. El dolor fue necesario para dar lugar a algo mejor.
Cuando yo
era chica (más chica de lo que aún soy) una profesora nos puso a analizar una
frase: “nunca te bañarás dos veces en el mismo río, puesto que cuando quieras
volver a intentarlo el río habrá seguido su curso y no serán las mismas aguas,
y tu habrás cambiado también”.
Y aquella
mujer increíblemente loca me expuso ante la verdad de la vida: todo siempre
está cambiando, incluso las rocas se erosionan algún día.
Hoy terminé de leer un libro que rememoraba
esa frase. Con la excepción de que
incluía al amor.
Decía que el amor siempre permanece, son los
hombres los que cambian.
Y entonces
confirmó lo que yo había pensado tanto tiempo. El amor siempre es eterno.
Es un río, que no se sabe a donde termina. Yo
por ahora estoy en la orilla, viéndolo correr.
Ya no me pregunto porque corre, ni como será
nadar en él.
Tengo la liviandad de saberlo todo, y de creer
en el rio. Y si de creer se trata, tu nombre tiene la fe incluida.
Y yo también tengo esa fe en vos. Y te voy a
cuidar eternamente, y sé que también viceversa. Entonces, lo más placentero que
puedo hacer ahora es sentarme a contemplarlo, y escribirte una historia de una
mujer que amo a un hombre y fue amada. De una mujer que fue feliz y lo sigue
siendo.
Y a mi siempre me gustó escribir.
Te amo, siempre voy a ser la mujer que más te ama en el mundo.
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