De vez en
cuando paseo por tus fotos, solamente para justificar que estuviste en mi
pasado, y que no fue otro invento de mi imaginación.
O sueño con vos cada noche y te busco en algún
tren cada día. O un boliche, o en la puerta de mi casa.
Me gusta juntar palabras del piso y ponerlas
justo en tu boca. Para que me digas lo que quieras decir, o para que me
ilusiones con lo que quiero escuchar.
Quemé la hoja que tenía la fecha del día que
te fuiste, como si así pudiera borrar también el dolor.
Y es verdad que ya no te extraño, lo que no
quiere decir que todavía no te quiera.
Busqué
sacarte de todos lados donde estuviste, hasta que todo quedo vacío. Y entonces
entendí que no eran tus cosas las que me ataban a vos.
Intenté pensarte en nuestros momentos más
íntimos, y no hubo ni siquiera una vez que no pudiera contenerme de llorar
desconsoladamente.
Cada mañana me maquillo, y me arreglo por si
te cruzo en algún lugar. Y me sumo cosas que antes no tenía para que puedas
verme diferente.
Examino cada detalle de la cotidianeidad para ver
si así encuentro una señal, un mínimo indicio de que todo puede cambiar, una
puntita de donde tirar para desenrollar el ovillo.
La gente me pregunta por vos, me habla de vos,
supone de vos. No hay un solo ser humano en el mundo que no considere nuestro
amor como el más lindo de todos, y no hay nadie que no piense que acá todavía
hay amor.
Algunas veces escribí historias en tu honor.
Es una vieja costumbre que no puedo dejar.
Y lo peor… lo peor, es que esto podría ser un
invento literario o una fantasía poética, pero es cierto.
Es tan
cierto como las pupilas de mis ojos que ya no te reflejan, pero que te
ilusionan y que te guardan por si algún día queres volver a reflejarte en
ellos.
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