miércoles, 24 de marzo de 2010

Dios te salve Lu(na)

Antes los dos amábamos la luna por diferentes motivos.
Vos la querías porque era única y cambiaba todos los días.
Yo la quería porque estaba tan lejos, y parecía importarle tan poco mi existencia.
Me acuerdo cómo debatíamos sobre eso y vos me decías que no importaba, que lo realmente trascendente no era mirar, sino admirar. Y vos me admirabas más que nadie.
Y ahora que lo pienso (Y que me valoro un poco más) puedo entenderlo.
Nunca fue por mi. Era simplemente porque yo era la luna. Los más sabios entendían que era única, pero se ve que nunca te intereso ser un erudito. Porque lo que realmente te encantaba era ponerle una cara diferente a ella cada noche, otra forma, otra manera de brillar, otra posición. Eso de lo no convencional, de mutar a tu antojo.
Vos para mi también eras la luna. No sabía que avión tomar para llegar a rozarte, y sospechaba que, aunque lo supiera, no me iban a dejar abrir la ventanilla y sacar la mano.
No me di cuenta que solamente estabas cuando todo oscurecía y los otros podían venir a robarme lo poco que tenía y no los podía ver.
Lo peor es que nadie se salva, porque anochece todos los días y sin excepción.
Entonces, casi cuando la luz se muere, yo me pongo los guantes y salgo a pelear.
Porque la luna es la misma- los que saben siempre tienen razón- pero acá abajo siempre todo cambia.
Y es cuando parecería que las metáforas no son suficientemente reales. Y me salvo.

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