Hay que amar con odio.
Con odio a los minutos en que no podes verlo.
A los celos con que juzgas cada encuentro de él
con cualquiera a las que antes hubieses considerado
muy simpáticas al punto de quererlas.
Con odio a los días apetecibles de tenerlo atado a tu cuerpo,
y sin embargo que esté tan lejos.
Con odio al tiempo que pasa como si
alguien estuviera apurándolo, contándole los minutos.
Con odio a no poder ser ese pequeño átomo que le recorre
el cuerpo y sabe cada cosa que está pensando
en cada momento.
Con odio a que él no sea una parte de vos,
para que este todo el tiempo invadiéndote
con tu permiso.
Con odio a las fiestas y a los brindis que
no celebran lo más importante: el amor.
Hay que vivir con odio, sí.
Con odio a la ignorancia que se apodera
de vos cuando lo ves y no sabés nada
sobre lo que te rodea.
Con odio al rayito de luz que no lo golpea como quisieras.
A los obstáculos, los impedimentos, las negaciones.
Pero también hay que vivir con amor.
Con el amor que hace que, a pesar de las abstracciones
del tiempo y de los lugares, lo sigas viendo cuando cerrás los ojos.
Con amor de saber que él es otro, y que tiene otra vida. Y aún así
nadie merece los derrames de celos, porque vos confías.
Con amor a los días en que no está, pero que está bien,
porque así podes extrañarlo, podes valorarlo.
A los momentos que pasan fugaces y que siguen siendo eternos.,
porque no hay instantes con finales cuando están juntos.
Con amor a saber que conoces cada detalle que lo construye,
que no necesitas estar en él para ser parte.
Con el amor que te genera tomar conciencia que él
también está en vos siempre.
Con amor a construir cada fiesta y cada brindis en su honor
(Pero también en todo lo demás)
Amando la ignorancia que los aleja del mundo.
Con el amor de ser la luz que ilumina.
Y sobre todo, vivir con amor para ser capaz de saltar todo
eso que es un cartel de prohibido pasar.
Porque al final, ya ves.
No se vive para elegir si amar u odiar.
Uno vive, amando con odio. Y odiando por amor.
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