Sentada en el borde de la cama, Cielo se sentía cargada aunque estuviera desnuda. Incluso parecía que hasta las fantasías le pesaban porque tenía la cabeza entre las dos manos rígidas.
Detrás de ella, Teo fingía dormir. No era buen actor, nunca lo había sido.
Estaba empezando a amanecer, pero ninguno de los dos lo sabía porque la habitación seguía en penumbras. Quizás ellos también lo estaban.
Sobre todo Cielo, que estaba intentando contener las lágrimas, la fuerza, los pensamientos. Sentía que las cosas no debían ser así, que estaba mal.
Reducir todo a noches como esas en las que el deseo lo era todo, y la piel era solo el instrumento para amar, era fácil. Pero después había que abrir las persianas, y darse cuenta que él volvería con ella. Porque de día Teo era eso: un hombre feliz.
-No lo sos- dijo él con los ojos cerrados.
Cielo giró para verlo inmutable. Sabía lo que él había querido decir, pero se lo preguntó para confirmarlo.
-¿Qué no soy qué?
- Eso tan malo que pensás ser. Dejá de sentirte culpable, yo soy el responsable.
Cielo se quedó en silencio unos instantes. Él siguió con los ojos cerrados y se acomodó de costado para seguir durmiendo.
-Debo serlo- dijo ella, decidida.- Debo ser algo muy malo, si no lo fuera podría vivir una relación como se debe, no está clandestinidad. Si no fuera algo malo, no sería la segunda.
Teo intentó hablar. Quiso frenarla porque ya sabía donde terminaría todo eso. Quiso decirle “No empieces Ciel”, pero ella no le dio oportunidad
-Pero ¿Sabés que?- continuó- Tenes razón, no lo soy. Soy mucho más, soy una mujer que es capaz de amar como se debe, soy la mujer más valiente de todas- hizo un breve silencio porque no quería parecer arrogante.- soy muchas mujeres, menos esta que vive agazapada en un departamento que nadie conoce.
Teo se incorporó en la cama. Pudo decir muchas cosas, pero quería dejarla seguir. Cielo nunca se había quejado de nada. Ni de él, ni de su novia, ni de las veces que no le respondía el teléfono porque estaba en medio de una cena familiar.
-Ella también se debe merecer mucho más. No sé que querés de mi.
- A vos- respondió él sin titubear- a vos te quiero. Tenerte como te tengo cada noche, al lado mío. Sentir la respiración agitada cuando te toco, que vengas corriendo a abrazarme cuando pongo la llave en la puerta, la forma en que tiritas cuando te beso.
Dicho así, Cielo parecía una idiota, verdaderamente una idiota. Se imaginó un perrito a la espera de su dueño, atenta a las órdenes. Pero sabía que no lo decía con esa intención, que el mensaje era mucho más romántico.
-No sé que querés vos Ciel, ¿Por qué me venís con estos planteos ahora? ¿Qué más te puedo dar que no te haya dado?- siguió él, aprovechando ese lapso en que podía hablar.
- Me diste todo lo que podías, todo lo que tenías. Nada que yo necesitará, nada que me completara
- Ya sabes como son las cosas.
-No te lo estoy recriminando Teo, yo aceptó estar acá cada noche.
-¿Entonces?
- Entonces eso. El problema no es lo que me diste, ni siquiera lo que no me diste. Lo que duele es lo que me das sin que pueda negártelo. Son estas mañanas sola, el vacío en el pecho cuando te vas. Es pensar a cada instante que a ella también le haces el amor, pero que además la amas. Que vas a una fiesta y decís “te presento a mi mujer” orgulloso de decirlo.
- A vos también te amo.
Cielo no quiso seguir discutiendo. No había mucho para discutir, así que se vistió entre las palabras de él que intentaban frenarla, que le suplicaba que se quedara, y entre protestas por un planteo tan infantil. Agarró sus cosas y se fue.
La noche siguiente, Teo volvió a ir al departamento- guarida que compartían. Sabía que las cosas no estaban bien, y ella no le había respondido ni uno de los mensajes que él le había mandado, pero confiaba en que esté ahí, en que se la haya pasado esa catástrofe que había inventado.
Llego, y encontró en la mesita del living velas encendidas. Rió, porque de verdad le alegraba que Cielo entendiera que la quería. La buscó por todo el departamento, pero sin éxito. Entonces se acercó a la mesita y vió una nota. La alzó y comenzó a leer.
Detrás de ella, Teo fingía dormir. No era buen actor, nunca lo había sido.
Estaba empezando a amanecer, pero ninguno de los dos lo sabía porque la habitación seguía en penumbras. Quizás ellos también lo estaban.
Sobre todo Cielo, que estaba intentando contener las lágrimas, la fuerza, los pensamientos. Sentía que las cosas no debían ser así, que estaba mal.
Reducir todo a noches como esas en las que el deseo lo era todo, y la piel era solo el instrumento para amar, era fácil. Pero después había que abrir las persianas, y darse cuenta que él volvería con ella. Porque de día Teo era eso: un hombre feliz.
-No lo sos- dijo él con los ojos cerrados.
Cielo giró para verlo inmutable. Sabía lo que él había querido decir, pero se lo preguntó para confirmarlo.
-¿Qué no soy qué?
- Eso tan malo que pensás ser. Dejá de sentirte culpable, yo soy el responsable.
Cielo se quedó en silencio unos instantes. Él siguió con los ojos cerrados y se acomodó de costado para seguir durmiendo.
-Debo serlo- dijo ella, decidida.- Debo ser algo muy malo, si no lo fuera podría vivir una relación como se debe, no está clandestinidad. Si no fuera algo malo, no sería la segunda.
Teo intentó hablar. Quiso frenarla porque ya sabía donde terminaría todo eso. Quiso decirle “No empieces Ciel”, pero ella no le dio oportunidad
-Pero ¿Sabés que?- continuó- Tenes razón, no lo soy. Soy mucho más, soy una mujer que es capaz de amar como se debe, soy la mujer más valiente de todas- hizo un breve silencio porque no quería parecer arrogante.- soy muchas mujeres, menos esta que vive agazapada en un departamento que nadie conoce.
Teo se incorporó en la cama. Pudo decir muchas cosas, pero quería dejarla seguir. Cielo nunca se había quejado de nada. Ni de él, ni de su novia, ni de las veces que no le respondía el teléfono porque estaba en medio de una cena familiar.
-Ella también se debe merecer mucho más. No sé que querés de mi.
- A vos- respondió él sin titubear- a vos te quiero. Tenerte como te tengo cada noche, al lado mío. Sentir la respiración agitada cuando te toco, que vengas corriendo a abrazarme cuando pongo la llave en la puerta, la forma en que tiritas cuando te beso.
Dicho así, Cielo parecía una idiota, verdaderamente una idiota. Se imaginó un perrito a la espera de su dueño, atenta a las órdenes. Pero sabía que no lo decía con esa intención, que el mensaje era mucho más romántico.
-No sé que querés vos Ciel, ¿Por qué me venís con estos planteos ahora? ¿Qué más te puedo dar que no te haya dado?- siguió él, aprovechando ese lapso en que podía hablar.
- Me diste todo lo que podías, todo lo que tenías. Nada que yo necesitará, nada que me completara
- Ya sabes como son las cosas.
-No te lo estoy recriminando Teo, yo aceptó estar acá cada noche.
-¿Entonces?
- Entonces eso. El problema no es lo que me diste, ni siquiera lo que no me diste. Lo que duele es lo que me das sin que pueda negártelo. Son estas mañanas sola, el vacío en el pecho cuando te vas. Es pensar a cada instante que a ella también le haces el amor, pero que además la amas. Que vas a una fiesta y decís “te presento a mi mujer” orgulloso de decirlo.
- A vos también te amo.
Cielo no quiso seguir discutiendo. No había mucho para discutir, así que se vistió entre las palabras de él que intentaban frenarla, que le suplicaba que se quedara, y entre protestas por un planteo tan infantil. Agarró sus cosas y se fue.
La noche siguiente, Teo volvió a ir al departamento- guarida que compartían. Sabía que las cosas no estaban bien, y ella no le había respondido ni uno de los mensajes que él le había mandado, pero confiaba en que esté ahí, en que se la haya pasado esa catástrofe que había inventado.
Llego, y encontró en la mesita del living velas encendidas. Rió, porque de verdad le alegraba que Cielo entendiera que la quería. La buscó por todo el departamento, pero sin éxito. Entonces se acercó a la mesita y vió una nota. La alzó y comenzó a leer.
“No espero que me entiendas, pero dicen que para poder amar a alguien primero hay que quererse a sí mismo. Perdón por haberte mentido tanto. Ahora que me quiero un poco más es cuando entiendo que el amor no es eso que nos dábamos nosotros.
Lo único que espero, es que alguien me entregue no solo su cuerpo como lo hacías vos, y que vos te quieras un poco más, para que puedas amarla a ella como no pudiste amarme a mi.
De ahora en más, tu amiga.
Cielo”
Teo se sentó en el sillón sin saber que hacer. La iría a buscar sin duda, porque no era capaz de entender que ella tenía razón. Que no la amaba como le había dicho, sino que simplemente trataba de llenar ese falta de amor que él mismo no podía darse.

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