Podría decirte tantas cosas, y todas expresarían lo mismo. Y podría seguir este sube y baja, en donde toco el cielo para caer al piso y viceversa. Podría darte el alma, tan livianamente que dudarías de lo que estoy haciendo. Podría contarte el show de fuegos artificiales que está comenzando justo en este momento.
Pero quien te habla ahora no es la boca que se llena de palabras y al final no se le entiende nada. Ni son las manos con las que te escribo, ni siquiera lo que planifico. Es el cuerpo que se expresa ahora, como siempre. Es él quien decide lo que hago, y me impulsa a vos. Este cuerpo que es la tierra donde vivo, y vos sos el sol. Este cuerpo, que está desnudo desde que te quedaste con la piel la otra noche.
Y entonces no hay nada para contarte que ya no sepas. Porque todo lo que podría hacer y no hago, te lo digo cada vez que te acurrucas en mi y yo te acaricio (con lo mucho que me gusta hacer eso). Te lo digo enmudecidamente.
¿Qué sentido tiene decirte que me encanta quedarme en vos si puedo estar horas abrazándote? ¿Por qué perdería tiempo en explicarte lo que siento, si solamente, si me miraras dos segundos lo entenderías?
Y aunque sé que puedo confesarte todo para alivianar este secreto, sé también que puedo liberarme sin tener que hablar.
Entonces, me queda mostrarte en cada beso el universo en el que te tengo cautivo desde hace mucho tiempo, y ser la comunicadora de este mensaje que no tiene otro medio que mi cuerpo, aunque ahora esté escribiéndotelo.
Porque cerrar los ojos no alcanza para que poder esconder lo que gritan cada vez que te miro.
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