martes, 29 de enero de 2013
a- molde
Verano. No hay mucho para hacer en los tiempos libres.
Realmente es una salvación los juegos de verano que vienen en los periódicos. Siempre me gustaron. Y aunque el ingenio no es lo mío, mato el tiempo descubriendo a donde es capaz de llegar mi mente.
Pero la semana pasada descubrí una particularidad de uno de ellos.
"Código" se llamaba el entretenimiento. Consiste en descubrir una frase, partiendo de unas cuantas letras asociadas a un símbolo. A partir de las que son dadas, tratar de decodificar el mensaje, descubriendo por asociación y descarte las demás letras que se unen a otro símbolo particular. Es decir, a cada dibujo, le corresponde una letra. Tal como que yo diga que ♠ = L , y a raíz de ese punto de partida, armar la frase.
Es un juego que siempre completé, debido a la baja dificultad del juego, puesto que no se trata de poner a prueba conocimientos, sino que es simplemente una ecuación a resolver.
Es también un pasatiempo que siempre tengo por estas épocas, y que se adapta a mi, en tanto no requiere demasiado tiempo (y a mi me aburre la continuidad excesiva de las cosas).
Pero el otro día, en el comienzo de mi decodificación note algo particular en mi.
Y abocada a resolver mi propia enigma, más que el juego en sí, descubrí que buscar los símbolos iguales, para equivalerle la letra correspondiente, al principio se tornaba más dificultoso. Se confundían las características de los signos, omitía signos que ya conocía su asignación (dejo asentado que para enredar el juego, los editores colocan símbolos con diferencias mínimas, con lo cual necesita un detenimiento específico y una atención máxima, ya que un error, modificaría la frase).
Pero con el correr del desarrollo, la visión se volvía más estratégica y podía ir llenando cada espacio con su signo correspondiente.
Pensando en esto, me di cuenta que en general, la vida es así:
Ante los cambios, el cuerpo se resiste. Es dificultoso en un principio observar las diferencias y construir - como ya lo exponía Saussure- el signo. Esa asociación de significado y significantes, también se da en la vida común. La vida en sí misma es un signo. Y expuesto así, queda relegado a los conocedores de esta teoría, de lo que se trata mi postura.
Sin embargo, los ojos se amoldan y se acostumbran. El cuerpo se relaja y emplea técnicas y estrategias para poder enlazar aquello que se nos dio desarmado. Y al final, la frase se termina armando y todo tiene un orden nuevamente. Y por sobre todas las cosas, todo tiene un sentido.
Cuando el cuerpo se amolda, y puede trabajar en paz, todos esos símbolos (o significantes), cobran vida en una frase lógica y legible (o significado).
Lo que quiero relatar es simplemente ese movimiento. Ese reposicionamiento del cuerpo - y porqué no del alma- . Ese punto en donde todo lo que somos, y sobre todo, la gran inmensidad de herramientas que poseemos para enfrentarnos a los problemas, se asientan y se acomodan a la actualidad de ese problema. Y lo solucionan.
Lo que quiero contar, es cómo todo lo que fluye en la vida termina encontrando un cause.
"No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista"- canta un cantor en algún lugar.
Y está claro el porque. Después de cien años (quizás muchísimo menos) lo que se nos aparecía como mal, termina incorporándose a nosotros mismos, a nuestras uñas, a la boca misma Y todo lo que en nosotros viva, deja de ser mal.
Pd.: el cuerpo no se acostumbra al dolor. Más bien, saca un lápiz, decodifica la frase, la lee y comprende: "a todo nos acostumbramos, y ustedes que se creían tan indispensables. Acá estamos, viviendo con felicidad el que no estén"
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