viernes, 9 de agosto de 2013

Realidad

Si se trata de soñar, que sea amor.
Darle de mi boca la adicción que ahoga sus ganas, y que mi diluvio de intenciones moje el deseo.
 Despertar a su sombra y entregarme a los soles y buenos días, mientras la ciudad ronca su paz artificial. Jugar a ser dioses, y poder inventar la luz de las tinieblas más oscuras, y que en la infinita creación de nuestro mundo probemos de todas las frutas sin castigos.
 Concederle la obligación de sucumbir cada mañana a los esquemas del romance, y caer abatidos a un presente que habita en nuestra casa.
 Que mis palabras sean la catapulta hacía un tiempo que no existe. Contarle que en las yemas de mis dedos se arraigan desiertos invadidos de caricias que intentan suicidarse en su pecho, y que si se acerca un poco, y al final mueren, nace renovada la voracidad de conquistarlo.
 Apostarle un delirio, y  perder la lucidez en la primera ronda. Regalarle mi escalera de optimismo y perseverancia en el borde del precipicio. Y que mi paciencia soporte sus caprichos, y los sinsentidos de un país que intentará postergarnos por no ser suficientemente adultos, ni libres, ni ricos.
Espero poder deshonrar la ética que se asigna en el despertar de una primavera cargada de erotismo. Hacer lo que no debo hacer, si se impone con afán. Que en el egoísmo que me condene a incurrir en la envidia de aquellos que no tienen coraje, esté él sonriendo complaciente. Someterme a su antojo, debajo de un cielo perpetuo.
 Implicarme en su lucha insignificante a los ojos del mundo, ser yo quien la sobrevalore.
 Que el temblor de mi cuerpo arrase la ciudad de hombres temerosos que gritan y se amotinan en él. Verlos implorar que los libere de la cárcel de su costilla, y que la única llave se oculte en la punta de mi nariz, y entonces sea necesario barrer con mi hocico todos los candados.
 Minar con mi entusiasmo sus cuevas de pánico. Sentir el vértigo de concebirlo tan libre en nuestro cuarto, cargando con sus fracasos y sus amores.
 Si se trata de soñar, yo hubiera querido empañarme los ojos ante cada recuerdo de un beso suyo.
 Me hubiera entregado a la inocente aventura de descubrirlo en sus múltiples dimensiones, a recorrer incansablemente la monótona experiencia de sus brazos.
 Yo me hubiera permitido enamorarme de él si tuviera una vida distinta para ofrecerle.

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