Se le hacía tan difícil dejarlo ir, y era tan fácil que él se fuera.
Creía que todo podía ser, y eso significaba que algún día caería en la cuenta que también hay imposibles. Que sus ojos contemplarían el vacío que simbolizaba tocarlo y no poder escuchar. Que su perfume se anidaría en las hojas que ya no existían del árbol más alto en otoño.
Significaba que era invisible como el aire que parecía correr más rápido en sus pulmones cuando el aparecía.
No sabía a dónde querían llegar tantas moléculas de suspiro enraizados en su pecho, si al final, todo era en vano. Hasta los cuentos.
¿A donde querían llegar? Quizás a juntarse con los otros allá afuera, en el aire contaminado de la ciudad de noche.
Imaginó que se amaban, como el grillo que escuchaba cada noche dar serenatas a la luna, su amor inalcanzable.
¿Y por qué el grillo, y por qué el aire que vivía en ella seguían insistiendo con llegar al amor? ¿Acaso no se daban cuenta que la luna estaba allá, muy lejos, que nunca había bajado al jardín para dormir con la canción de una que le regalaban?
¿Acaso el aire no sabía que allá afuera todo era tóxico, y que nacer en suspiro significa morir en amoníaco?
Quizás lo sabían. Quizás para ellos todo era alcanzable.
Puede ser que lo supieran, que el mundo entero comprendiera que vale la pena luchar por las dos últimas caricias.
podía pasar que quizás ella era la única que no entendiera que el amor resigna lo que uno puede. O se olvida. O se mata.
Pero él se iría de todas formas, del lugar donde nunca estuvo. y ella comprendería algún día, que soñar es bailar aún con la planta de los pies pegada al suelo. Que amar a veces, era callar, para escuchar lo que está pasando. Y que la realidad es otra cosa muy diferente a ese montón de ilusiones que guardaba en su alma.
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