jueves, 2 de septiembre de 2010

El dolor más placentero

Cuando te vas las manos se vencen y caen rendidas al costado del cuerpo, exhaustas de tanto luchar por no ir a tocarte. La planta de los pies recobra el equilibrio que había perdido por no saber si te estaba persiguiendo o me quedaba inmóvil. Cae el peso del tiempo al piso y el estruendo hace que tiemble. Y a veces dudo si no estaba tiritando desde antes.
El aire está decidido a dejar de jugar a las escondidas Y de golpe se encienden las luces y aparece el mundo. Y yo creo que recién nace, pero todo gira.
Cuando te vas, desato el nudo de la garganta que inventé antes de encontrarte, y sufro de verborragia aguda.
Escucho que afuera llueve, que no es la música la que hace ruido. Entonces me percató de que en mi también llueve, y la realidad moja los sueños que maniáticamente imagino. Las palomas de los ojos se liberan de la jaula que eras vos, dejan de estar sedadas, pero no saben a donde ir. Nunca lo saben. Ni siquiera yo lo sé.
Un genio mágico me estremece el cuerpo aunque no haga frío y te extraño, porque así de loco es el mundo. Los ríos de sangre retoman su cause y me devuelven el pulso. Caigo en la cuenta que estoy viva, con total seguridad. Esa que pierdo cuando te tengo en frente.
Se derrumba pieza por pieza el armamento que me cubre y que me protege de mi misma. La cintura ya no intenta que la cubran tus brazos. El café que tomaba se enfría, como todo mi cuerpo.
Cuando te vas todo vuelve a ser matemático y tiene lógica. Hasta el alma que te había regalado se resume en ecuaciones que no entiendo.
Hay un imperio que se convierte en súbdito y obedece las leyes de los otros. Esas, que no me dejan tampoco ir a contarte el secreto que los dos sabemos cuando estás conmigo. Y entonces, cuando te vas, rompo las cadenas que me atan a la soledad, y firmo contratos en los que juro que seguiré así, lejana.
No soy buena arquitecta, y construyo caminos que no tiene retorno. Pero cuando no te veo es así, y estoy perdida. Y te vuelvo a extrañar aunque recién te hayas ido.
Si te alejas, todos mis sentidos entran en alerta roja por si volves, y hay miles de señales que me indican eso que no puedo hacer. Y la extensión de mi piel se cansa de que no la roces.
Cuando te vas, el universo se sacude de nuevo, y parece decirme que está bien no seguirte a donde vayas, que ahora puedo dejar de luchar en contra de lo que quiero hacer. Y me duele, no sabes cuanto. Pero tengo que dormir las alas de alguna forma u otra.
Creo que es verdad lo que decía Freud: ahí donde hay más displacer, también está lo que más goce nos produce.
Cuando te vas, caigo en la cuenta que vos sos el dolor más placentero del mundo.

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