Si se trata
de soñar, que sea amor.
Darle de mi
boca la adicción que ahoga sus ganas, y que mi diluvio de intenciones
moje el deseo.
Despertar
a su sombra y entregarme a los soles y buenos días, mientras la ciudad
ronca su paz artificial. Jugar a ser dioses, y poder inventar la luz de las
tinieblas más oscuras, y que en la infinita creación de nuestro mundo probemos
de todas las frutas sin castigos.
Concederle
la obligación de sucumbir cada mañana a los esquemas del romance, y caer
abatidos a un presente que habita en nuestra casa.
Que
mis palabras sean la catapulta hacía un tiempo que no existe. Contarle que en
las yemas de mis dedos se arraigan desiertos invadidos de caricias que intentan
suicidarse en su pecho, y que si se acerca un poco, y al final mueren,
nace renovada la voracidad de conquistarlo.
Apostarle
un delirio, y perder la lucidez en la primera ronda. Regalarle mi
escalera de optimismo y perseverancia en el borde del precipicio. Y que mi
paciencia soporte sus caprichos, y los sinsentidos de un país que intentará postergarnos
por no ser suficientemente adultos, ni libres, ni ricos.
Espero poder
deshonrar la ética que se asigna en el despertar de una primavera cargada de
erotismo. Hacer lo que no debo hacer, si se impone con afán. Que en el egoísmo
que me condene a incurrir en la envidia de aquellos que no tienen coraje, esté
él sonriendo complaciente. Someterme a su antojo, debajo de un cielo perpetuo.
Implicarme
en su lucha insignificante a los ojos del mundo, ser yo quien la sobrevalore.
Que el
temblor de mi cuerpo arrase la ciudad de hombres temerosos que gritan y se
amotinan en él. Verlos implorar que los libere de la cárcel de su costilla, y
que la única llave se oculte en la punta de mi nariz, y entonces sea necesario
barrer con mi hocico todos los candados.
Minar
con mi entusiasmo sus cuevas de pánico. Sentir el vértigo de concebirlo tan
libre en nuestro cuarto, cargando con sus fracasos y sus amores.
Si se
trata de soñar, yo hubiera querido empañarme los ojos ante cada recuerdo de un
beso suyo.
Me
hubiera entregado a la inocente aventura de descubrirlo en sus múltiples
dimensiones, a recorrer incansablemente la monótona experiencia de sus brazos.
Yo me
hubiera permitido enamorarme de él si tuviera una vida distinta para ofrecerle.